Un monstruo que
devora almas y cuerpos, así la he catalogado siempre, porque los que llegamos
de provincias, de pueblos pequeños, caemos en un estrés inmediatamente que
llegamos a La Habana, que, como
capital, tiene la vida a la velocidad de la luz, esa luz que la acompaña los
365 días del año, a pesar de sus amplios portales, de sus parques con la sombra
de frondosos árboles.
Los hay que la
prefieren, la disfrutan y viven al máximo, ya sean residentes en la Punta de
Maisí, o el Cabo de San Antonio, son esos seres que pueden dormir y descansar
con la bulla las 24 horas.
En mi caso,
vine a trabajar, a realizarme profesionalmente y trato de ver solo las bellezas
de ella, su gente, su arquitectura, su naturaleza, sus días y noches
interminables para abrazarnos a pesar de todo, y de todos.
Es La Habana, la que trato de mostrar en estas imágenes para el
placer visual de quien vive, como yo, sin límites.