Si existe un ser imprescindible e insustituible en este mundo, ese ser
es la MADRE.
Fueron quizás siete meses en su vientre, o los nueve que por naturaleza
debemos permanecer dentro de sus entrañas, tiempo suficiente para nutrirnos de
su carne, de sus huesos, de su vida toda.
Fueron para ella días y noches de dolores, mareos, deseos que quizás no
pudieron ser saciados porque no existía lo que ella deseaba comer en ese
momento.
Después la alegría de nuestro primera sonrisa, luego del grito al mundo
diciendo: Mamá, ya estoy aquí.
Vinieron las noches sin dormir, porque el llanto nuestro lo impedía, los
pañales a montones en las bateas, y ella, sin el menor escrúpulo, lavando la
orina y la caca de su pequeño bebé.
La primera palabra, los primeros pasos,
todo acompañado de miles de besos y caricias, de mimos y ternura infinita.
No alcanzarían las cuartillas
para reflejar una vida entregada a su descendiente, a ese ser que se forjó
dentro de ella, y hoy camina este mundo gracias a su sangre.
Mamá, Mima, Mami, Mamita, Má, Vieja…, calificativos que esconden detrás de ellos a alguien ESPECIAL en la vida de todo humano, y cada día y cada noche debemos pensar si estamos valorando a
Cada día cuenta, no dejemos que el almanaque nos diga que el segundo domingo de mayo es su día, pensemos que para ella todos los días son merecedores de dedicarle el detalle de su hijo, que no querrá el regalo con flores, no, estemos convencidos que nuestra presencia y nuestro cariño y amor, es lo que la llenará de orgullo, de sana alegría.
Nunca empañemos sus ojos de lágrimas de dolor, hagamos todo lo posible por ver en su mirada, la húmeda lágrima del placer de habernos traído al mundo.
Que no solo en mayo podamos decirle Felicidades Mamá, sino que cada día
hagamos que ella se sienta verdaderamente feliz.
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