martes, 29 de octubre de 2013

En mis recuerdos, el balcón del amor

   De niño me parecían gigantes que abrazaban mi ciudad natal. En los amaneceres su majestuosidad sobresalía en el horizonte a través de las sombras de los primeros rayos del sol. En ocasiones se confundían con las nubes.
   Al atardecer, en el ocaso del día, regresaba la fantasía infantil a mi mente. En ese instante que nos regala la naturaleza los monstruos que cuidaban a Nueva Gerona iban a dormir junto a los habitantes de la mágica islita caribeña.
   Eran en mis sueños de niño las lomas que abrazan a la capital de la Isla de la Juventud, la otrora Isla de Pinos. Al este, Sierra Caballos, con el mismo nombre del barrio donde nací y me crié, y al oeste, Sierra Las Casas. Y es ahí, en esa loma con nombre de hogar, que miles de personas de toda Cuba y del mundo han captado el alma de mi ciudad desde su altura.
   Escalar los escabrosos trillos que conducen a ese sitio con alfombra de mármoles grises, es una aventura que nadie debe obviar en la visita al territorio pinero.
   Sería imperdonable además no llevar una cámara fotográfica, un móvil u otro dispositivo que capte imágenes, porque la fotografía para perpetuar el instante, convierte el hecho en memoria histórica para todos.
   El mirador natural de la Sierra, la que tiene el nombre del río navegable que atraviesa mi ciudad, el río Las Casas, guarda miles de anécdotas, momentos inolvidables, acampadas sociales, políticas y personales. El balcón de Gerona, la ciudad fundada por la Colonia Española el 17 de diciembre de 1830, y nombrada Colonia Reina Amalia, es testigo de la risa ingenua y juguetona de cientos de niños pineros. El balcón de mi ciudad es el amigo callado que guarda miles de secretos. Quizás el primer beso de un fugaz romance, del abrazo eterno del amigo que se fue, una confesión, la pérdida de la virginidad de la chica del barrio, la infidelidad de la vecina de mi cuadra, el juramento del primer amor, el sexo desenfrenado y loco de una pareja que prefirió unir sus cuerpos en plena armonía con la madre natura.
   ¿Quién que sea de la Isla no guarda sus recuerdos de ese balcón de todos?, y es ahí, en ese sitio mágico de mi terruño, donde mi mente se dirige ahora y le dedica esta sencilla crónica de un hijo de la ínsula del sur de Cuba.     
Ramón Leyva Morales

domingo, 27 de octubre de 2013

Por siempre, una flor para Camilo



Camilo Cienfuegos era como un “viejo” que había obrado por la libertad de mi Patria y tuvieron que pasar varios años desde mi infancia para reconocer al verdadero hombre de pueblo.
Y es que ese hombre del que siempre hablamos era un muchacho más de las calles habaneras y que desapareció con solo 27 años de edad.
¡Cómo reconocer a un joven de esa edad detrás de esa barba, del sombrero alón o de esos ojos que muestran una madurez más allá de los años que tenía!
Cada año en Cuba acudimos a ríos, arroyos, costas, a la orilla del mar, para rendir tributo a un ser que desde pequeño veía como un dios inalcanzable por su conducta y valor.
Y de él tendremos que leer mucho más, aprender más, conocer más, porque hay seres humanos que nunca se han ido, que nunca se irán, porque su sonrisa, la del héroe de Yaguajay, nos acompaña en el camino por la vida.
 En la fotocopia se muestra una de las tantas imágenes captadas por el lente del fotorreportero Evelio Medina Rodríguez en el solemne momento de depositar a la transparencia de las aguas nuestras flores para Camilo.
Ahí vemos a un abuelo con su pequeño nieto, juntas las manos, como premonición de un futuro asegurado por las nuevas generaciones de cubanos.


 Arriba,otra de las históricas fotos de Camilo Cienfuegos. 
En esa ocasión en compañía del actual presidente cubano Raúl Castro Ruz.


En la Isla, a la sombra de un paraíso


 Artículo publicado por la periodista Liuba García Sierra en el Suplemento medioambiental “Eco Isla” del periódico Victoria de la Isla de la Juventud y con fotos de Evelio Medina Rodríguez.  
Año 2000

  
   De un instante a otro pisábamos con nimios y cuidadosos movimientos el suelo húmedo que millones de hojarascas secas tapiaban cual alfombra textil. 
   El sin igual aroma que despide la tierra mojada, pronto embriagaría a todos, internos ya en el legendario bosque de la finca forestal La Jungla, mientras, las ramas de sus árboles dispuestas en delicada urdimbre nos cubrían para entonces del sol, su copioso follaje sólo permitía que penetrase algún que otro imperceptible rayo.
   Corría el año 1946 cuando el extinto doctor y naturalista Antonio Núñez Jiménez, quedara para siempre enamorado de estos parajes, no cabe duda de que la madre natura muestra aquí, uno de los más seductores entornos de la Isla.
   ¿Quién no queda fascinado ante tanta magnificencia natural?
   Un universo de diversidades descubrimos allí donde el canto melodioso de algunos pájaros, irrumpe el silencio que intenta adueñarse por segundos de la fronda, que inocente, baila al sentir las tiernas y en ocasiones apasionadas, caricias del viento.
    Helen Rodwan y Harry Jones se establecerían para siempre aquí en 1902. La devoción por lo natural y el empeño en lograr nuevas especies los haría entremezclar con una magia inconfundible la siembra de formaciones vegetales autóctonas con exóticas variedades traídas de Norteamérica, en la otrora finca Los Almácigos, contribuyeron así a nutrir la tierra que dio vida a gran parte de lo que en esta ocasión extasiaba nuestra vista.
   Hoy, desde hace unos años Yaritsa y Tomás forman la nueva pareja que en cierta medida se encargan de seguir la tradición de Helen y Harry, ellos rescatan el lugar y se esmeran en continuar dando vida eterna a esta reserva ecológica, donde el aire que se inhala es puro, donde la música que se disfruta nada tiene que ver con metales, donde la vista se pierde en los contornos de los árboles, donde a la sombra de un paraíso…