jueves, 13 de febrero de 2014

Atardecer de Dios en La Habana (1)


   
Al contemplar este inigualable atardecer en el Vedado de La Habana solo me venía a la mente la grandeza de la creación divina de la Madre Naturaleza.
   Tanta belleza tiene que tener un Creador porque pinturas como estas que se dibujan en el cielo, ningún ser humano será capaz de reproducir, por muy prodigio que sea en esta tierra.
   Las inigualables tomas del paisaje capitalino no hubiesen resaltado con tanta belleza sin el cielo nublado. 
   Quizás un cielo azul solo nos mostraría el ambiente caribeño que caracteriza a La Habana en época de invierno en la región.
    Aquí no hay arreglos en programas digitales, de hecho, nunca los he utilizado para retocar una imagen captada por mi lente.
    Lo natural debe caracterizar al ser humano en toda su dimensión social, y para ello nos ayudan las energías positivas del entorno que nos rodea, y no hablo de edificaciones creadas por el hombre, me refiero a las plantas, las flores, los árboles, el mar, los ríos…
    Este guajiro pinero todavía camina las calles citadinas de esta gran urbe mirando todo lo natural que lo abraza al paso, porque con ello me alimenta el espíritu y no dejo atrás lo mágico y hermoso que dejé allá en mi querido terruño de la islita del Mar Caribe.
   Buscar un título para este fotorreportaje no me resultó difícil, solo era incluir a Dios en el mismo y todo se resumiría en Él.
   Vísperas del Día del Amor y la Amistad, el 14 de febrero, les ofrezco este regalo visual para aquellos que creen en las palabras escritas en Corintios XIII y que dicen:  
   “El amor es sufrido, es benigno, el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser…”