Tengo que confesarles que nunca imaginé que la ciudad de
Santiago de Cuba me atrapara desde el primer instante que pisé su tierra.
Fue como un amor a
primera vista, algo casi sobrenatural, un hechizo que me hizo enamorarme de
ella y desear inclusive quedarme allá.
El abrazador sol de
esa populosa zona oriental me castigó, pero sin ser masoquista, preferí caminar
una y otra vez sus calles, antes que quedarme en una placentera habitación.
Corría el 14 de
abril de 2014 y aterrizaba cerca de las once de la mañana en su aeropuerto
internacional.
No me importó
viajar en un Aerocaribbean, un ATR de elices, lo que me impidió hacerlo en un
vuelo de Cubana de mayor porte y rapidez.
Solo tres noches y
cuatro días bastaron para amar su arquitectura, su majestuosidad, su gente, su
naturaleza.
Aquí los dejo con
las primeras imágenes captadas en suelo santiaguero, ese que me acogió como a
un hijo más.