viernes, 13 de julio de 2018

La sagrada familia (4)

En esta imagen mi abuelo Mero me brindaba una cucharada de comida de su propia mano.
Como si yo fuese un niño aún.
La foto no fue improvisada, la capté en el preciso instante.
¡Tanta ternura encerrada tras el lente!
Un arroz amarillo con gallina, y tomates verdes.
 Abuelo Mero.

Así le decíamos todos.
Mi abuelo materno, tan parecido tengo con él que ambas familias se disputaban lo del color de los ojos y la piel, heredado por ellos.
Mi abuela paterna lo era también, con esos ojos color del tiempo, que cambian según esté el día.
Allá en los montes de Santo Domingo Uno en Puerto Padre, pasaba todas mis vacaciones de niño.
En las semanas de receso escolar y en los meses de julio y agosto, viajaba con mis padres y mi hermano, y comenzaba la aventura a caballo, los baños en los ríos.
En la casa solo un radiecito de pilas, un mechón de luz brillante para alumbrarnos, una hamaca como cama, el olor a café recién tostado y colado en las mañanas, el pan y el café con leche, la bendición de los mayores.
Mi abuelo era montero en una vaquería cercana a su casa.
Allá me iba yo cabalgando a sus espaldas.
Ni loco me atrevía a montar solo.
Creo haberlo hecho una sola vez y fue a su lado.
En la humilde casita de piso de tierra vivió hasta su último suspiro de vida.
En esa casita de yagua y guano nació mi madre.
A mi abuelo lo vi por última vez a finales de 2009 e inicios de 2010, cuando hice un repentino viaje a Las Tunas.
Evelio, el inspirador de este blog, me facilitó su camarita fotográfica y gracias a él pude captar estas imágenes.
Quizás las únicas que mi abuelo se tirara en su vida.
De él y la familia conversaremos más en esta misma serie que tendrá la Memoria histórica tras las valiosas imágenes y con mis sencillas palabras.

Mi abuelo mientras se afeitaba en el patio de su humilde casita de campo.
La vieja máquina de afeitar y el espejito. 

 Mi madre María Morales Reyes y mi abuelo Pedro Morales, conocido como Mero.

Hija y padre en un instante eternizado tras el lente de la camarita del eterno Evelio Medina Rodríguez, ese ángel que me dijo adiós sin una despedida.
Al regreso de ese viaje ya no estaba en vida.
Solo me dio su camarita para que quedara la Memoria histórica de un instante que no volvería a repetirse más.


Con mi hermano Raudel.
Mi abuelo Mero con su bastoncito.
En el viaje coincidimos los tres, él, mi madre y yo.
Yo en secreto había resuelto un pasaje de última hora y me aparecí allá el 28 de diciembre de 2009, día de los inocentes.
¡Y los sorprendí a todos! 


Así de sencillo.
Sin una mesa donde sentarse, sin la comodidad de una silla.
Con la humildad del plato en la mano, y en el típico taburete criollo.
Así se alimentaba mi abuelito Mero.
 Al fondo el fogón de leña donde se preparaban los alimentos.
 Echándole las sobras de comida a los animalitos de cría en el patio.


Después de aquel viaje nunca más pude ir.
Mis abuelos fallecieron y la casita donde vivieron toda su vida, ya no está.
Solo queda en mis recuerdos y en estas fotos que atesoran un instante que nunca más volveré a vivir.