En esta imagen mi abuelo Mero me brindaba una cucharada
de comida de su propia mano.
Como si yo fuese un niño aún.
La foto no fue improvisada, la capté en el preciso
instante.
¡Tanta ternura encerrada tras el lente!
Un arroz amarillo con gallina, y tomates verdes.
Abuelo Mero.
Así le decíamos todos.
Mi abuelo materno, tan parecido tengo con él que ambas
familias se disputaban lo del color de los ojos y la piel, heredado por ellos.
Mi abuela paterna lo era también, con esos ojos color del
tiempo, que cambian según esté el día.
Allá en los montes de Santo Domingo Uno en Puerto Padre,
pasaba todas mis vacaciones de niño.
En las semanas de receso escolar y en los meses de julio
y agosto, viajaba con mis padres y mi hermano, y comenzaba la aventura a
caballo, los baños en los ríos.
En la casa solo un radiecito de pilas, un mechón de luz
brillante para alumbrarnos, una hamaca como cama, el olor a café recién tostado
y colado en las mañanas, el pan y el café con leche, la bendición de los
mayores.
Mi abuelo era montero en una vaquería cercana a su casa.
Allá me iba yo cabalgando a sus espaldas.
Ni loco me atrevía a montar solo.
Creo haberlo hecho una sola vez y fue a su lado.
En la humilde casita de piso de tierra vivió hasta su
último suspiro de vida.
En esa casita de yagua y guano nació mi madre.
A mi abuelo lo vi por última vez a finales de 2009 e
inicios de 2010, cuando hice un repentino viaje a Las Tunas.
Evelio, el inspirador de este blog, me facilitó su camarita
fotográfica y gracias a él pude captar estas imágenes.
Quizás las únicas que mi abuelo se tirara en su vida.
De él y la familia conversaremos más en esta misma serie
que tendrá la Memoria histórica tras las valiosas imágenes y con mis sencillas
palabras.
Mi abuelo
mientras se afeitaba en el patio de su humilde casita de campo.
La vieja
máquina de afeitar y el espejito.
Mi madre María Morales Reyes y mi abuelo Pedro Morales,
conocido como Mero.
Hija y padre en un instante eternizado tras el lente de
la camarita del eterno Evelio Medina Rodríguez, ese ángel que me dijo adiós sin
una despedida.
Al regreso de ese viaje ya no estaba en vida.
Solo me dio su camarita para que quedara la Memoria
histórica de un instante que no volvería a repetirse más.
Con mi hermano Raudel.
Mi abuelo Mero con su bastoncito.
En el viaje coincidimos los tres, él, mi madre y yo.
Yo en secreto había resuelto un pasaje de última hora y
me aparecí allá el 28 de diciembre de 2009, día de los inocentes.
¡Y los sorprendí a todos!
Así de sencillo.
Sin una mesa donde sentarse, sin la comodidad de una
silla.
Con la humildad del plato en la mano, y en el típico
taburete criollo.
Así se alimentaba mi abuelito Mero.
Al fondo el fogón de leña donde se preparaban los
alimentos.
Echándole las sobras de comida a los animalitos de cría en
el patio.
Después de aquel viaje nunca más pude ir.
Mis abuelos fallecieron y la casita donde vivieron toda
su vida, ya no está.
Solo queda en mis recuerdos y en estas fotos que atesoran
un instante que nunca más volveré a vivir.
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