Regreso a mi terruño.
Desde diciembre de 2017 no visitaba a mi entrañable Isla
de la Juventud.
Finales de julio de 2018 es la fecha escogida para el
regreso a mis raíces.
Fueron solo cuatro noches en mi Paraíso personal.
Abrazar y besar a mis viejos padres.
Los sentimientos se agolpan uno tras otro.
Es la distancia que nos separa, el tiempo que pasa y no
perdona.
Son los recuerdos, el extrañar día y noche a la familia,
la casa, las calles que tanto recorrí de niño, de adolescente y de joven.
Miles de aventuras, de historias en mi mente.
El pinero es un ser que nunca pierde su identidad.
Lo he comprobado no solo personalmente sino también con
las personas que salen de la ínsula y se manifiestan desde cualquier rincón del
mundo.
La vida avanza y no hay marcha atrás.
Se nos va entre las manos sin darnos apenas cuenta.
Muchos sueños por cumplir.
Miles de deseos sin realizar.
Apenas alcanza para un pestañazo y con un suspiro o un
latido del corazón, llegamos al final del camino, con más penas que glorias.
Quedan los sitios, los lugares que otras generaciones
recorrerán.
Dejamos huellas.
Obras donde la cultura del detalle marca un antes y un
después de una ciudad que descansa en la paz de su gente.
Muchos pineros aún no han podido caminarlo o verlo.
Salieron de su islita amada mucho antes de la realización
de este anhelo de los coterráneos.
Ahí está el Paseo Martí o Bulevar de Nueva Gerona.
Apacible, hermoso, imponente, elegante, sencillo.
Con sus jardineras que se engalanan con plantas
autóctonas del terruño.
Cada imagen es un sello, cada foto marca la huella de mi
gente.
Te añoro mi Isla de la Juventud.
Te amo mi otrora Isla de Pinos.
Te busco en mis recuerdos, te vivo en mi corazón.
Te redescubro en tu rica historia llena de leyendas.
Fuiste, eres y serás mi ayer, mi hoy y mi mañana.
Allí regresaré, quizás un día en cenizas.
Pero regresaré para descansar eternamente en tu regazo
materno.
Regresaré.
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