Increíble la
belleza de los dibujos de Dios sobre el horizonte.
Cada día es un
cuadro diferente.
Cada detalle de
los trazos en las nubes, el sol, los matices de colores dorados en los
atardeceres en este archipiélago del mar Caribe.
No puede pasar
desapercibido ante mis ojos.
Tengo que
detenerme frente a tanta belleza de la Madre Naturaleza, creación divina de un
creador que muestra su poder a través de ella.
Esa tarde, a
mano izquierda, al oeste, caía el ocaso.
A mano derecha,
al este, el regalo de un arcoíris despedía un día más y un día menos de nuestra
existencia sobre esta maravillosa tierra.
Tras el
sencillo lente de un móvil dejaba eternizado este mágico momento para ser
compartido con los fieles seguidores de Carapachibey, un blog donde como bien
saben, la fotografía es la protagonista, gracias al eterno fotorreportero
Evelio Medina Rodríguez, quien me enseñó a valorar ese instante fugaz que
atrapa un momento que no volverá a repetirse y deja una huella en las vidas de
millones de seres humanos.
Las fotos
tienen su alma, su historia, sus sentimientos.
Para mí no fue
una tarde más.
Es la tarde.
Cada una de
ella diferente, inigualable.
Reflejos de una
jornada que se nos va y no volverá, atrapada por el paso del imperdonable
tiempo.
Amor,
melancolía, tristezas, pero también alegrías y esperanzas, porque el día se va
pero habrá otro más y con él otro atardecer para mí, para ti, para todos.
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