¿Existirá algún
balcón donde la privacidad se apodere de ese sitio tan pequeño?
Quizás existan
en provincias del país.
Aquí en la Real
y Maravillosa Habana es muy difícil que ellos pasen desapercibidos ante las
miradas indiscretas de los transeúntes.
Los bacones de
la capital de Cuba desnudan sus secretos.
Muestran el
amor por la naturaleza cuando los vemos con plantas ornamentales.
Jardines que
embellecen el entorno por donde caminamos a diario.
Vemos la moda
al vestir o el gusto por uno u otro color de las ropas que cuelgan al aire al
ser tendidas después de quitarles el sudor de este calor sofocante y del churre
por el hollín de los carros que pasan sin cesar a nuestro lado.
Balcones llenos
de tarecos inservibles, cual almacén de la casa.
Los vemos ya
añejos, con las huellas por el inevitable pasar de los años.
Otros visten su
restauración y galas de colores.
Son ese sitio
desde donde cada habitante que los vive, ven pasar día y noche la existencia de
una ciudad que no duerme, que nos acoge no como a un visitante u extraño, sino
como a un hijo más para ayudarla a sobrevivir.
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