Cuando cae la tarde me paro en uno de los
balcones de mi apartamento aquí en la capital cubana y me extasío al contemplar
las tonalidades en que se dibuja el paisaje ante mi.
En ese momento pudiera decir que estoy feliz
por haber disfrutado un día más de vida, o me siento melancólico al no tener a
mi lado a una persona que sepa valorar ese sentimiento que mueve al mundo, esa
sencilla palabra de cuatro letras, ya sea en idioma español o inglés y que
encierra la entrega no solo de pasión, de cuerpo y sexo, sino de alma y valor
humano, el amor.
Entregarse en cuerpo y alma a una persona
por quién preocuparnos y ocuparnos es un deseo desenfrenado, pero la vida
demuestra que el amor es como los atardeceres, como el ocaso, un suspiro en el
tiempo, convertido en recuerdos y con una leve esperanza en un nuevo día que
nos depare la posibilidad de volver a amar y ser amado.
Se dibuja así en el cielo y en el alma, un
momento breve, fugaz, que da paso a una oscuridad en el paisaje y en la vida
misma.