A veces me pregunto en qué escondite del amor
se encuentra encerrado mi corazón, o si es un juego astuto del destino que me
niega el amar y ser amado. Quizás, en la batalla intensa que libran el amor, la
pasión y la desventura, mi instinto se encuentra vagando como cómplice astuto
del cariño, y aliado perpetuo del
sentimiento más olvidado y frío de la humanidad.
¿Se habrá congelado en las veredas del tiempo
cada latido desesperado de mi corazón? ¿Integrarán mis ganas de amar las
poderosas filas de los esclavos de la frialdad? ¿Será una jugada estratégica
del olvido que en un acto involuntario de mi cuerpo me hace perder cada minuto
de mi aliento? ¿La llama de la pasión ha sido extinguida por el invierno de la desilusión?
O tal vez mi corazón ha sido condenado por el destino, a no amar, ese juez
imparcial que no perdona la más minúscula falta.
No sé si estaré aferrado a esta vida. No sé
cuántas cosas pasan por mi mente y llegan hasta la antesala de mi corazón. No sé, lo cierto es que la
desesperanza es mi consejera más fiel. La soledad y el desaliento invaden mi
interior y me fortalecen. En un acto cada vez más violento, construyo esa
frontera que me distancia más y más de ese dulce sentimiento que es el amor, y
me hace anhelar con desacierto mi soledad más temprana, más tardía ,
más perfecta, más mía.
A veces la espera de un amor adecuado se torna
tan anticuada, tan indiferente a nuestras intensas expectativas, que las alas
de la esperanza van decayendo y vamos en caída libre hacia un precipicio de
melancolía y desesperación y cuando menos lo imaginamos nos damos cuenta que el
tiempo se ha tornado en contra nuestra y que ya no podemos hacer nada más, solo
continuar la vereda de la vida.
En otras ocasiones elegimos a la persona
equivocada, aquella que después de tanto esperar llega disfrazada con el alma
transparente, pero lleno de faltas, de defectos, privado de toda virtud, y es
ese amor que lastima nuestro corazón y nos deja vulnerable ante la realidad
presente y futura de nuestra existencia. Muchas veces somos nosotros mismos ese
amor hiriente, cuando tenemos a nuestro lado a la persona que da por nosotros
hasta su vida, pero decidimos ignorar la felicidad que la vida nos presenta y
despreciamos hasta lo sumo a esa linda persona que realmente nos ama.
En estos momentos no sé nada de la vida, del
destino, de mis pasos, de mí mismo. Lo que sí sé y es la certeza más cruel y la convicción
vigente acuñada por las alas del tiempo y firmada por los testigos del pasado,
que esperaba ese amor con los deseos más fervientes de mi vida, ese amor que
nunca se presentó ante mí, pero que me ha dejado todo esto, una hermosa
herencia, la herencia de un amor que nunca llegó.
Carapachibey y su creador, Ramón Leyva
Morales, se honran en esta ocasión con la publicación de una serie dedicada a
la poesía, al amor, siempre con imágenes que apoyen visualmente el discurso
poético de su autor, el joven Yasmany Sánchez de Bardet.
Un regalo para los seguidores del blog donde
la fotografía es la protagonista.
Nota:
Todas las fotos de esta serie ya fueron
publicadas en otros artículos de Carapachibey.
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