Caminar sus calles se
me antoja un recorrido por la variedad de arquitectura, de sitios donde la
religión católica se adueñó de la ciudad.
La Habana se baña de
mar, de edificios coloniales o de rascacielos a lo cubano.
De añejas
construcciones en ruinas, de imponentes sitios como el Capitolio Nacional, hoy
en restauración para retomar la sede del Parlamento cubano.
De cientos de cines
cerrados donde se guardan los recuerdos de quienes la vivieron desde sus
primeros pasos.
No es mi ciudad, no
es mi estilo ni mi personalidad se aviene con ella, pero a pesar de sus grises
y sombras, ya la amo.