De niño me parecían
gigantes que abrazaban mi ciudad natal. En los amaneceres su majestuosidad
sobresalía en el horizonte a través de las sombras de los primeros rayos del
sol. En ocasiones se confundían con las nubes.
Al atardecer, en el ocaso del día, regresaba
la fantasía infantil a mi mente. En ese instante que nos regala la naturaleza
los monstruos que cuidaban a Nueva Gerona iban a dormir junto a los habitantes
de la mágica islita caribeña.
Eran en mis sueños de niño las lomas que
abrazan a la capital de la Isla de la Juventud, la otrora Isla de Pinos. Al
este, Sierra Caballos, con el mismo nombre del barrio donde nací y me crié, y
al oeste, Sierra Las Casas. Y es ahí, en esa loma con nombre de hogar, que
miles de personas de toda Cuba y del mundo han captado el alma de mi ciudad
desde su altura.
Escalar los escabrosos trillos que conducen
a ese sitio con alfombra de mármoles grises, es una aventura que nadie debe
obviar en la visita al territorio pinero.
Sería imperdonable además no llevar una
cámara fotográfica, un móvil u otro dispositivo que capte imágenes, porque la
fotografía para perpetuar el instante, convierte el hecho en memoria histórica
para todos.
El mirador natural de la Sierra, la que
tiene el nombre del río navegable que atraviesa mi ciudad, el río Las Casas, guarda
miles de anécdotas, momentos inolvidables, acampadas sociales, políticas y
personales. El balcón de Gerona, la ciudad fundada por la Colonia Española el
17 de diciembre de 1830, y nombrada Colonia Reina Amalia, es testigo de la risa
ingenua y juguetona de cientos de niños pineros. El balcón de mi ciudad es el
amigo callado que guarda miles de secretos. Quizás el primer beso de un fugaz
romance, del abrazo eterno del amigo que se fue, una confesión, la pérdida de
la virginidad de la chica del barrio, la infidelidad de la vecina de mi cuadra,
el juramento del primer amor, el sexo desenfrenado y loco de una pareja que
prefirió unir sus cuerpos en plena armonía con la madre natura.
¿Quién que sea de la Isla no guarda sus
recuerdos de ese balcón de todos?, y es ahí, en ese sitio mágico de mi terruño,
donde mi mente se dirige ahora y le dedica esta sencilla crónica de un hijo de
la ínsula del sur de Cuba.
Ramón Leyva Morales
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