En los
más remotos sitios de su geografía, el olor de una pequeña flor de la sabana
ambienta con los aromas del monte fresco y bañado por el rocío de la mañana.
Es la
Isla de la Juventud, donde cada amanecer y atardecer es un paisaje único e
irrepetible de la naturaleza.
Cielo,
tierra, río, mar, todo en un conjunto, para pintar un cuadro, como regalo
exclusivo a los ojos del pinero o del visitante ocasional.
Cada
imagen o instantánea captada por el lente, eterniza un instante que no volverá
a repetirse, porque el obturador detiene en foto ese momento, pero le tiempo
avanza indetenible, hasta la eternidad.
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