viernes, 14 de febrero de 2014

Felicidad con cabellos blancos


       Dos abuelos cuentan cómo después de vivir una gran soledad, sus corazones volvieron a palpitar igual que el de dos adolescentes ávidos de infinita ternura
Artículo publicado en el semanario Victoria de la Isla de la Juventud el sábado 12 de febrero de 2005, en edición dedicada al 14 de febrero, con texto de la periodista Gloria Morales Campanioni y fotos de Evelio Medina Rodríguez.

    Sería de gran placer espiritual si algún pinero conoce a esta bella pareja, me confirme la fecha y si aún mantienen la pasión del primer día.
    Muchos aseguran que nunca es tarde si la dicha llega y así ocurrió con Celestino Pérez Fonseca, de 76 años, quien jamás pensó encontrar la verdadera felicidad, después de más de 24 meses de soledad.
   “¡Óigame… ella estaba para mí!”, yo vivía en un rancho de madera muy malo y los de Bienestar Social me propusieron trasladarme para el Hogar de Ancianos de Gerona. Al llegar le eché el ojo, como se dice en buen cubano, a una trabajadora.
   “Le manifesté mi intención y dijo que lo pensaría, pero en ese trance apareció mi actual dama. Llevaba poco tiempo en la institución y no la había visto, pero cuando eso ocurrió el corazón me palpitó y pensé que podía ser mi mujer. Compañera, le expresé, necesito intercambiar con usted dos palabras”.
   La petición de Celestino no se hizo esperar.
“Todo fue muy rápido. En aquel momento me propuso matrimonio y le dije que lo pensaría. Él me respondió que si no me apuraba lo perdía, pues otra también estaba en lo mismo”, destacó Delia Guerra Benítez, de 64 años.
   “Comenzamos a familiarizarnos, conversábamos de diferentes temas y hasta fijamos la fecha de nuestra boda, la cual celebramos el primero de octubre de 2004, Día del Adulto Mayor.”
   Lo de Celestino no era una obsesión sino la necesidad de emprender proyectos y probar que todavía se encontraba en condiciones de formar una familia y dedicarse por entero a ella.
   “En ese período de soledad se me agudizó la artrosis, en el día no tenía con quién hablar, por mi mente pasaban malos pensamientos, no veía cómo salir de ese círculo vicioso. La llegada de Delia fue mi luz y a la vez el talismán de mi vejez.”
   “Ella tiene lo que un hombre desea: ante todo es revolucionaria, o sea, comparte mis principios, cariñosa, elegante, atenta; cuando estoy cansado le gusta pasarme la mano por la espalda, al igual que mi difunta madre; me calienta el agua por las tardes y se preocupa por mis dolencias.”
   Por su parte Delia antes estaba con la presión alta, apenas dormía, se aburría y las noches le parecían infinitas.
   “Ahora soy otra. Nos compartimos las tareas domésticas, no imponemos criterios, tratamos de ser la pareja más feliz de la tierra y así será. Me siento como una muchacha de 15, sí, porque nunca los tuve, en esa fecha llevaba una yunta de buey cargada de mercancías para la tienda del gallego a quien le trabajaba, donde me pagaban diez pesos, dinero que era para ayudar a mis padres, éramos cinco hermanos.”
   Algunos critican que las personas de la Tercera Edad sientan deseos de compartir sus vidas luego de una viudez o de un desenlace matrimonial; sin embargo, Delia y Celestino aseguran lo contrario.
   “En mi casi no fue así, tengo cinco hijos excelentes, decidí buscar un compañero porque vivo sola y nosotros necesitamos intercambiar con alguien todo lo que nos pasa. Es muy triste verse encerrada entre cuatro paredes.”
   Los falsos rumores de que en la vejez  no se ama fueron desvanecidos por esta pareja que dice estar de pláceme con la nueva vida que disfruta. “Hemos experimentado los mismos sentimientos que nos explicó en sus charlas la geriatra Rosa María. Somos del criterio de que el amor no tiene edad límite, nos sentimos como unos adolescentes con cabellos blancos, ávidos de felicidad y de entrega.”
   No cabe dudas, Delia y Celestino se regocijan de esa semilla de interior que pasará a arbolillo, a flor y luego a fruto. Ellos tratan de descifrar ese misterio cargado de ternura, caricias, poesías, que los envuelve y devora, pero a su vez los sumerge en una copa de incienso que se quema y desprende un aroma embriagador: amor.