Hijo de la naturaleza
soy, a ella disfruto desde que tengo uso de razón, entre ella me crié en el
barrio Las diez casitas de Sierra Caballos en Nueva Gerona, de la entonces Isla
de Pinos.
Entre montes llenos
de matorrales, palmas, helechos pequeños y arbóreos, donde teníamos varios
arroyuelos, jugábamos a los escondidos, a los tira chapas con escopetas de palo
y las tapas de las botellas de refresco.
Muy cerca de la casa
un gran espejo de agua, una de las majestuosas represas que fueron construidas
para el regadío de la agricultura pinera, y en ella aprendí a nadar.
Hasta los doce años
de edad estuve viviendo en esa zona y después nos mudamos para el residencial
barrio Abel Santamaría, donde aún viven mis padres y hermano.
El brusco cambio me
afectó emocionalmente y hasta espiritualmente pudiera decir, porque de vivir en
una casa con un gran patio lleno de sembrados, arboles, donde cada tarde al
regresar de la escuela me dedicaba a regar las plantas o a irme con los amigos
a mataperrear, y en el nuevo barrio residir en un quinto piso de un edificio,
hay una total diferencia de condiciones ambientales.
Eso sí, gané una de
las más bellas vistas de toda la ciudad de Nueva Gerona y desde ese apartamento
se distinguen a plenitud las Sierras Caballos y Las Casas, también tenemos a
solo una cuadra el Parque Natural Julio Antonio Mella, sitio donde he captado
varias de las más hermosas instantáneas publicadas en este blog y donde existe
un pequeño laguito muy cerca de las canchas de tenis.
Extraño a diario esos
paisajes y traigo a mi mente los mejores recuerdos de la infancia en mi natal
Sierra Caballos y mi juventud en Abel Santamaría.
Recuerdos cargados de
naturaleza viva, del color verde con sus tonalidades, de los reflejos de las
nubes y el monte en los espejos de agua.
Sombras donde la
naturaleza me ayuda a liberar el estrés y las energías negativas que se recibe
en la zona de trabajo como lo es el Vedado capitalino, lleno de bulla, del
incómodo tránsito por sus calles.
Naturaleza hay
también en el Vedado, con sus bellos parques y zonas verdes, esas que hay que
buscar para disfrutar dentro de la jungla del asfalto cubana.
Mientras, los dejo
con el laguito, este espejo de agua que tengo en el camino aquí en La Habana,
que tiene el detalle de los pinos que me acompañaron en la Isla de la Juventud
durante tantos años.