¡Cuánto añoro la
vista desde mi balcón pinero allá en la ciudad de Nueva Gerona!, por el frente
se distingue a plenitud la Sierra Caballos, por donde se aprecian los
amaneceres más hermosos desde mi ciudad natal, o en otra época del año vemos
salir al astro Rey por detrás del Mogote Colombo, que divide a las playas Punta
de Piedra y Paraíso.
¡Imaginan ustedes ese mismo amanecer desde
la playa Bibijagua!, cuando niño, lo recuerdo inolvidablemente, esos primeros
rayos, como una bendición de Dios, dando la bienvenida a un día más, y un día
menos.
Allá nos íbamos de acampada, mucho antes
de existir la Base de Campismo Arenas negras.
Ahora la vista cambia de imágenes a más de
dos años de la partida de mi Isla, el entorno, aunque diferente, me hace
disfrutar también del alba o del ocaso, rodeado de La Madre Naturaleza, esa que
no puede faltar en mi existencia, porque moriría de melancolía y tristeza por
ella.
Es La Habana, la capital, la urbe, pero vivo
en uno de los sitios más espirituales de ella, entre una amplia vegetación, con
una temperatura agradable en cualquier época del año, un microclima que me
regala el placer de la sensación térmica que muchos quisieran en esta ínsula
donde el verano es permanente.
El
crepúsculo es mi fiel amigo al amanecer o en las tardes, adorar a ese gigante
que nos da vida a todos los seres de este planeta forma parte de mi
enriquecimiento espiritual, esa carga de energía positiva, del magnetismo para
emprender otra jornada entre la vorágine del corazón del Vedado, donde me
desarrollo profesionalmente.
Aquí les regalo solo una pequeña muestra de
este paisaje que mis ojos ven a diario desde mi balcón habanero, momento cumbre
para amar, recordar, y no dejar morir las esperanzas.