Esta bella foto fue
captada por el lente del desaparecido fotorreportero Evelio Medina Rodríguez,
mientras Aleida Guevara, la hija del Che, compartía con estudiantes de la
escuela primaria Ernesto Guevara de la Serna, en el poblado Santa Fe de la Isla
de la Juventud.
Así debe de verse el rostro de un niño
cubano, con la sonrisa a flor de labios y la inocencia de sus primeros años.
He tenido que esperar
más de un mes para contarles uno de los sucesos más lamentables que he
presenciado en mis 43 años de existencia.
He querido borrar de mi mente lo vivido para
no continuar achicando cada vez más el alma.
El hecho ocurrió en una de las populares
guaguas de la capital cubana, las llamadas P, y no quiero decir en cuál de
ellas para no relacionar a los implicados en el mismo con una zona específica
de La Habana.
Íbamos sentados al final del ómnibus varias personas
mayores, cuando vemos montar a siete niños.
No nos dio tiempo reaccionar y entender qué sucedía en el pasillo en escasos segundos.
Empujones, malas palabras, atropellos contra los que iban de pie y sentados también.
No nos dio tiempo reaccionar y entender qué sucedía en el pasillo en escasos segundos.
Empujones, malas palabras, atropellos contra los que iban de pie y sentados también.
Solo nos mirábamos y no atinábamos a
pronunciar una sola palabra, al ver no solo la conducta de aquellos infantes,
sino también sus ropas sucias, uno de ellos con un pirsin en la boca, y el más
pequeño chupándose un dedo.
Una señora les preguntó su edad y todos
respondieron. El mayor solo tenía once años, el pequeñín seis y los demás
estaban entre los siete y ocho años de edad.
¡No se concebía lo que estábamos presenciando!,
en pleno horario escolar de la sagrada educación primaria de este país, esos
chicos sin sus uniformes, sus libros y demás utensilios de aprendizaje,
mostrando a todos allí una deplorable conducta cívica.
Entre ellos se golpeaban, se decían improperios,
fumaban, y hasta una botella con ron llevaban, la cual se la pasaban de mano en
mano.
Cuando lograron ocupar asientos, comenzó la
segunda parte de la triste historia.
Les gritaban ofensas y les tiraban escupía a los transeúntes que caminaban por las aceras de la ciudad, a los cristales de los carros que se estacionaban al lado de la guagua en espera de la señal del semáforo, hasta que en una de las paradas, cuando el P siguió su destino, al escupir y ofender a un señor de unos cincuenta años el cual iba con su hijo, cogieron una máquina e hicieron al chofer parar para montar y hacer justicia por sus propias manos.
Los chiquillos no sabían dónde meterse, pero la sorpresa se la llevó el ofendido cuando comprobó que eran menores de edad a los cuales no podía golpear.
Aquellas personas ultrajadas por los chicos solo pudieron decirles cualquier cantidad de insultos a los malcriados pasajeros.
Les gritaban ofensas y les tiraban escupía a los transeúntes que caminaban por las aceras de la ciudad, a los cristales de los carros que se estacionaban al lado de la guagua en espera de la señal del semáforo, hasta que en una de las paradas, cuando el P siguió su destino, al escupir y ofender a un señor de unos cincuenta años el cual iba con su hijo, cogieron una máquina e hicieron al chofer parar para montar y hacer justicia por sus propias manos.
Los chiquillos no sabían dónde meterse, pero la sorpresa se la llevó el ofendido cuando comprobó que eran menores de edad a los cuales no podía golpear.
Aquellas personas ultrajadas por los chicos solo pudieron decirles cualquier cantidad de insultos a los malcriados pasajeros.
El ofendido señor tomó su celular y llamó a
un sobrino de la edad de los muchachos y le dijo que saliera para la avenida y
lo esperara allí, que llevaba a alguien para que le entrara a piñazos, para que
viera quién era el más guapo.
Los chicos quisieron bajarse del P pero
tanto el señor como su hijo se lo impidieron, al obstruir la puerta y
amenazarlos con un palo.
Al más guapito del grupo, el que se veía era
el cabecilla, en el momento de la verdad temblaba del miedo y decía una y otra
vez que él no había sido, cuando todos pudimos apreciar que fue el principal
promotor de aquella conducta.
Lo miré y le dije, ¿Tú no eres el hombrecito?, asume ahora tu responsabilidad.
Lo miré y le dije, ¿Tú no eres el hombrecito?, asume ahora tu responsabilidad.
Al ómnibus parar, pidieron al chofer
esperar por ellos y se dirigieron a un agente del orden público, un policía que
se encontraba en la acera y le contaron lo sucedido, pidiéndole que se los
llevara apara la estación más cercana.
El policía solo se sonrió y la guagua
continuó su viaje.
Al quedarse junto al policía padre e hijo, el chofer les dijo a los chiquillos que se bajaran en la próxima parada y evitaran así lo que les esperaba, en la dirección donde habían citado al sobrino del ofendido.
Al quedarse junto al policía padre e hijo, el chofer les dijo a los chiquillos que se bajaran en la próxima parada y evitaran así lo que les esperaba, en la dirección donde habían citado al sobrino del ofendido.
Una señora que iba a mi lado me comentó que
es Metodóloga de Educación, que ha vivido toda su vida en La Habana y que nunca
en su vida había visto semejante conducta en estudiantes de edad primaria.
Intentó justificarlos al decirme que quizás provengan de familias disfuncionales, donde los padres no se ocupan ni se preocupan de sus hijos, donde tal vés el padre esté preso, la madre fallecida y vivan con una abuela a la cual no respetan, en fin, pude entender sus palabras, pero nada justifica que a esa edad los niños no asistan a la escuela, que tengan pirsin en su rostro, que fumen y tomen ron, que empujen y ofendan a las personas mayores, que asuman una actitud totalmente incivilizada.
Intentó justificarlos al decirme que quizás provengan de familias disfuncionales, donde los padres no se ocupan ni se preocupan de sus hijos, donde tal vés el padre esté preso, la madre fallecida y vivan con una abuela a la cual no respetan, en fin, pude entender sus palabras, pero nada justifica que a esa edad los niños no asistan a la escuela, que tengan pirsin en su rostro, que fumen y tomen ron, que empujen y ofendan a las personas mayores, que asuman una actitud totalmente incivilizada.
Uno de los pasajeros manifestó que esos
niños eran carne de prisión. ¡Qué triste y lógica expresión y qué futuro les
depara la vida!
Al bajarme del P, con un nudo en la garganta
y lágrimas en mis ojos, solo pude decir, ¡Qué lástima!
Bien decía el presidente cubano en uno de
sus discursos, que en los últimos veinte años se han perdido los valores en Cuba.
Varias generaciones de cubanos se han criado
entre miserias humanas y necesidades, pero nada justifica que la inocencia
infantil de este país se pierda así, pero como también dijo una y otra vez Raúl
Castro Ruz, que nadie quiere buscarse problemas.
Habría que cuestionar entonces el trabajo
político y social de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), de la
Federación de Mujeres Cubanas (FMC), de los Trabajadores Sociales, del Núcleo
Zonal del Partido Comunista de Cuba (PCC), de esas personas que ocupan
responsabilidades en el barrio.
Es tiempo de mirarnos por dentro y salvar
la inocencia de la niñez cubana para no lamentar un futuro mucho más triste de
lo que vimos ese día.