Sitio universalmente
conocido de la capital cubana, el balcón de la ciudad acoge a curiosos,
enamorados, trasnochadores visitantes, para respirar la paz que se vive solo en
este país.
Eterno verano en el
archipiélago caribeño y su interminable paseo a orillas de La Habana.
Solo perturba la
tranquilidad de sus aguas y entorpece el caminar y el descanso en su imponente
muro, el del Malecón, los frentes
fríos que llegan en ocasiones con la furia del norte brutal y revuelto.
Se disfruta igual con
el sorprendente chapuzón sin necesidad de zambullirse en las aguas de la costa.
Los turistas buscan
las mejores vistas con las cámaras fotográficas y los cubanos acuden a él para
profesar su fidelidad a la Yemayá del Panteón
Yoruba o la Virgen de Regla, la Madre
Negra del catolicismo.
La ciudad no se
detiene, solo se recoge por unas horas, porque después llega nuevamente la
calma y sentarse en el muro del malecón se convierte en una eterna fiesta en
las noches de la capital de todos los cubanos.