Se me antoja en tonalidades de grises y el color negro, aunque, ¿el
negro es un color?, creo que al no reflejar la luz es precisamente ausencia de
color.
Cuba es un eterno arcoíris donde el negro no está presente pero en las
noches el fondo oscuro hace posible la belleza de las estrellas y la romántica
y enigmática luna.
Mire usted, es nuestra “raza”, la que hizo de este archipiélago un sitio
único, irrepetible en el área del Caribe, la de ese “bendito color” venido de
la Madre África.
Y me refiero al negro porque mucho de polémica he generado con mis
artículos de mi raza, y repito, no de “racismo”, sino de color de piel.
Además en este lente artístico retomo el “blanco y negro” como unión
perfecta para crear lo “diferente”.
La Habana, la capital, la urbe, la poma, esa que lo mismo muestra una
boda en una añeja máquina de los 50 del pasado siglo XX, que un ómnibus repleto
de apurados pasajeros, de Cine Teatro con nombre de la Sierra Maestra.
La Habana de las interminables y desesperantes colas para llegar a un
destino sin hora fija, la de los majestuosos hoteles de la década de los
cincuenta, la del malecón que a veces se vuelve intransitable por la furia del
mar, la de una Ciudad Deportiva que se resume en su céntrico Coliseo, la de las
escuelas vestidas de construcciones de la colonia, la ciudad donde se esconden
miles de obras de arte en sus sorprendentes Iglesias católicas, La Habana del
imponente Monte de las Banderas al frente de una Oficina que se niega a dar
visa a miles de cubanos que solo desean unirse a los suyos…
La Habana en blanco y negro, la capital de blancos y negros…